Sigiloso y en silencio
a la ciudad regresé.
Y al pisar su suelo eterno
las lágrimas, no pude
contener.
Duelen los ojos llorando
de lágrimas exprimidas.
Se agolparon los recuerdos
de un hermoso atardecer,
floreciendo está mi pecho
como el crujido del látigo,
envolvía mi infancia
que se elevan,
afloran todos los
sentimientos
de aquellos que nos dejaron
deambulan por ellos,
por los ríos, valles,
aquellos que mi niñez
con gran acierto guiaron.
Hombres que un día
convivieron,
y que su aliento mantuvieron,
con su viva presencia
con sus nervios de acero
Nos legaron sus paisajes,
la belleza…, sus memorias
no sucumbieron con ellos.
Con la nada simple de su
mundo
nos penetraron austeros.
Antonio Molina
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