Agobiado por el
caos de la ciudad, de hospitales, autobuses, trenes, coches y el asfalto que le
rodea se introduce en un tren mañanero. El verano sofocante aprieta sus radiaciones.
El sol le acompaña hasta el atardecer en otras tierras, otro hemisferio de gentes
que miran su existencia.
Mira hacia atrás, tratando de olvidar el tiempo
trascurrido. Desde los cristales de un coche en movimiento le trasportan al
lugar donde un niño aún juega con los animales en la sierra. Abstraído en sus pensamientos,
llega al final del viaje con el corazón pletórico de sueños, algunos
inalcanzables, donde sus gentes aún deambulan por caminos y trochas vadeando
los ríos entre sombras de molinos en ruinas y otros que mueven sus piedras con
el liquido acuoso de sus inagotables ríos. Se prodigan los besos, achuchones y
sonrisas agradables. Parece que fue ayer cuando el tiempo no existía y el
respirar era más saludable. Rebusca entre sus miradas a aquellos que nos
dejaron, marcando la historia del pueblo andante. Sus recuerdos cargan sus
sentidos y las balas de viento azuzan los lugares donde la luz sigue intacta y
el aire es respirable. La noche nos envuelve tras el sol que se esconde… Por la
sierra los cabreros recogen su ganado empalizando las reses protegiendo su
descanso. Las tenues luces de la ciudad dejan caer su luz. La urbe duerme mansamente
o se recrea en la noche, mientras los
buques soplan silbidos quemados, surcando aguas verdes y negras impulsadas por
los vientos de Levante.
Cansado, sube las
escaleras a sus aposentos. El descanso le está esperando. La noche es sofocante,
el calor incomoda su respirar. El cambio de clima aturde su organismo.
La morada está
solitaria, es el único humano en su interior, puede gozar de completa libertad.
Asomándose a la
ventana busca el promotor de una luz inmensa que se cuela por ella sin
posibilidad de apagarla. Sus rayos le marcaban el rostro. Era la luna llena,
que majestuosa le miraba, le trasportaba a sus sueños, al mundo de la
esperanza, aquellos que desprende su desnudo cuerpo, fortaleciendo su alma;
sofocando los suspiros como una codorniz enjaulada cuyos ecos le acompañan
noche y día, en este lugar benigno que está curando sus heridas, provocadas por
las ciudades muertas de sentimientos y locura colectiva que brotan desde el asfalto,
donde la maldad y el egoísmo, es el único fin de aquellos cuyo corazón está
instalado en el mundo de la nada.
La luna le da
compañía y, su amistad se hace más profunda…, más humana. Le sonríe y le habla,
le hace reír y llorar… es humano. Su rostro está envuelto en el fuego de su
mirada. ¡Cuánto ansiaba su compañía! Es que la amaba. No sabía su cariño, lo
ignoraba.
Las sirenas de
los barcos le recuerdan noche y día su continuo deambular por las aguas del
estrecho.
Desde su cama,
los perros con sus ladridos, el relincho de los caballos atropan el aire y los
gallos se dejaran oír compulsivamente a las primeras horas del día y él, con
una sonrisa, dejo que el sueño se apodere de su cuerpo, para que reposen un
surtidor de sueños.
Liberando su mente
de tensiones ocultas que su corazón se trae de la ciudad, esperando despertar
con los canticos de los gallos de corral, dentro del hogar en su gratificante
soledad.
12/08/13
Se acomodaría en su
regazo
envuelto en los
latidos de su pecho,
donde será su
tierno cervatillo
quemándose, en el
fuego de sus brasas.
09/08/13
10/04/17
Antonio Molina
Medina
Historias cálidas, en algún momento nos sienta bien ese ir y vivir diferente. Un abrazo
ResponderEliminarUn descanso apacible, sosiega los sentidos y los sueños vienen y van en un vaivén de sensaciones los ves llegar. Entrando a través de tus poros notas su bondad. Muy hermoso amigo Antonio mil gracias por compartirlo. Un inmenso abrazo pasa una linda semana.
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