Eran
las nueve de la noche
cuando
lo sacaron de su casa.
Dos
niños en la cocina
y
una madre en la ventana.
La
puerta se cerró tras ellos
a
las nueve campanadas.
La
muerte toco su puerta
a
las nueve de la noche.
La
luna lloro su muerte
a
las nueve de la noche,
donde
el oxígeno falta.
Los
vientos luchan entre ellos
a
las nueve de la noche.
Mientras
la tierra violenta
su
cuerpo se lo tragaba.
A
las nueve de la noche
su
sombra se la quitaban.
Mientras
las nieves eternas,
se
derretían hechas lágrimas.
Eran
las nueve de la noche
en
la esquina de la tapia
su
sombra aun lo vigilaba,
y
penetraban su cuerpo
miles
de agujas y espadas.
A
las nueve de la noche
el
silencio se hizo fusiles
colándose
por las ventanas.
A
las nueve de la noche
dejo
su sangre sembrada.
A
las nueve de la noche,
en
el pueblo que nació,
ni
su vega le lloraba.
A
las nueve de la noche
dejo
su sangre sembrada.
Y
no hubo enterramiento,
ni
iglesia que lo guardara.
A
las nueve de la noche
no
hubo ataúd ni una cama.
A
las nueve de la noche
su
corazón se paraba.
A
las nueve de la noche
la
muerte cumplió certera
sin
repicar de campanas.
A
las nueve de la noche
su
agonía fue muy larga.
A
las nueve de la noche
un
gentío lo acompañaba:
las
sombras de sus hermanos
los
que él acompañaba.
Eran
las nueve de la noche…
¡Ay
qué malditas nueve de la noche!
Eran
las nueve de la noche
en
todos los relojes de su Vega.
Con
un puñado de piedras
cerraron
su noche eterna.
Antonio
Molina Medina
16/08/14
No hay comentarios:
Publicar un comentario