En su
despertar, sus primeros recuerdos
le
llevan a su cabaña, hoy en ruinas,
y
cubierta por las zarzas, maleza que
imparable
la oculta de las miradas.
Al
borde de un barranco, muy cercano
a su río, sus gentes descansan.
El
viejo horno, la grata despensa,
los
sacos de grano, de trigo y cebada,
de
avena y garbanzos y la paja en sus alpacas.
En las corraletas, el gruñir de puercos,
sus
crías los delatan.
Los
caballos relinchan cuando
se
acercan a su morada.
El Río
de La Miel muestra en su
culebreo
un surco de verde esperanza.
El follaje
lo abriga y lo calma.
Los
viejos chaparros suspiran y lo aclaman.
Las
serpientes se deslizan por sus aguas.
Mientras
el calor de sus gentes le atrapa.
"desde
el laberinto de mi fuego"
el que
calienta este cuerpo
y lo
hace fogoso sin fuego;
sin
infierno y con cielo.
Lo
hace dúctil.
Maleable,
cuerdo…
Serán
los cuerpos, porque
el
amor es puro sentimiento.
Placer
que el alma deja
respirar
el placer de su cuerpo.
"recorriendo
mi piel de caricias"
esbozando
los acuíferos de su cuerpo,
amasando
el fluido de los poros por
donde
fluyen a chorros sus lamentos
‘enlujuriados’
que se mecen cautivando
mi
cuerpo del que provienen, pletóricos,
ríos
de ambrosía dando paz a sus cuerpos.
Antonio
Molina Medina
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