La muy noble y leal ciudad de Orduña-Bizkaia |
-¡José, levántate! Que ya es la hora;
que tienes que lavarte y desayunar para ir al colegio. Que siempre llegas tarde
y ya sabes cómo las gasta el maestro…
José se despereza y se quita las lagañas que sujetan sus pestañas y abre las ventanas de sus ojos y da un salto sobre la tarima del suelo y se acerca a la cocina donde su madre le tiene preparado una palangana con agua templada que hecho en un puchero que tenía calentando en la chapa de carbón y leña. Aferrándose a un trozo de jabón que su madre hacía en la casa y con el agua que brotaba del grifo se frotó la cara y los brazos y de esta forma se quito la pereza y se agilizaron sus movimientos, se secó con una toalla que su madre tenía en sus manos y, sin más dilaciones, se acercó a la silla que había a la mesa, muy, antigua de madera. Se lanzó a toda prisa sobre un tazón de leche con sopas, con tal avidez que parecía que se la iban a quitar, y las ansias de acabar (ya que la hora era ya tardía)…unos aldabonazos sonaban con estrépito en sus oídos provenientes del portón del edificio donde él vivía con sus padres y hermanos en una casa alquilada… eran los amigos que, como él, acudían con el tiempo justo al colegio.
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-¿Ya llevas todo lo necesario de la
escuela? ¡mira que te conozco, que siempre se te olvida algo! –Ella le decía.
-Lo llevo todo mama, no te preocupes.
–le dijo a su madre.
-Este crío no sé
cómo le puede sentar bien lo que come, si siempre lo hace corriendo y sale con
el último bocado en su boca.
Las escaleras de
madera las saltaba de tres en tres y, en un suspiro, se presentó en la puerta
de la casa, donde le esperaban sus amigos.
Se saludaron y
como escopetas salieron disparados por la calle en dirección a la plaza … Pero
alguno pensó que todavía quedaba tiempo según el reloj de la plaza para hacer alguna
de las suyas… Travesuras que, más de una vez, se pasaban de rosca y que
incomodaban a los vecinos de la ciudad.
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-Pedro - comenta al grupo -vamos a la
calle Egaña. Todo el grupo cambió de calle por los pasillos de entre
calles que unían más de una calle, hasta la más apropiada por la cantidad de
puertas que coincidían una frente de la otra.
-Juan traía un
rollo de alambre más bien fino y ya venía en su mente el hacer una de las suyas
con la complicidad de los demás que le acompañaban.
-¿Has
traído el alambre que dijiste que tenía tu padre muy fino? – le insinúo
José a Juan, ya que José era compinche con Juan. -¡Sí! -Afirmaba Juan… No
creo que se dé cuenta ya que tardará en venir del trabajo.
Sacando el rollo del cartapacio del fino
alambre, se dirigieron a una puerta lo enrollaron y lo amarraron a su aldaba y
luego lo pasaron a la otra acera e hicieron lo mismo con otra puerta con su
aldaba más bien grande y cortaron el alambre después de tensar y se escondieron
ya que era cuando las madres salían a la compra.
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Y, como no podía ser de otra manera, pasó una señora con su bolso en la mano y al pasar tropezó con el obstáculo que no había visto y jurando buscaba a los que habían hecho tal fechoría y, además, al tirar del alambre tocaron las dos aldabas de sus puertas y asomaron los vecinos a ver quién llamaba y ¡‘redios’ la que se armaba! Mientras los niños corrían en dirección a la plaza a carcajada limpia hasta la puerta del colegio; los vecinos se asomaban a los balcones y no veían a nadie. Solo una señora que iba diciendo palabrotas a la vez que se alejaba del lugar; mientras los vecinos seguían inquietos. En esas que aparece un vecino con el pan caliente que acababa de recoger de la panadería y una señora le preguntó: -¿Ha visto usted quien ha llamado a la puerta? y, este les contestó: -He visto a unos niños corriendo a la plaza que creo iban a la escuela riéndose a carcajadas ¡Tiene ustedes amarrado una alambre a la aldaba de la puerta, que se extiende hasta la otra acera y parece que se ha desprendido de ella…!
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Los niños
atravesaron la plaza, pero antes les apetece tomar agua de los caños de la
fuente y con soltura se lanzan con la mano abierta a las cabezas de acero de
las que, por sus bocas, brotan chorros de sabrosa agua…, ya saciados del grato
líquido, con un impulso retroceden sus cuerpos cogen sus cartapacios y vuelan a
la escuela, donde el maestro les esperaba con una regla en sus manos ya que ya
había comenzado la clase y ya él se figuraba que alguna de las suyas habían
hecho y les regalo unos reglazos en las palmas abiertas de sus manos a cada
uno.
José era un trasto ¡y sin remedio! Alguna vez se atrevió a ponerle alguna chincheta a la silla del maestro y ya esperaba algo así y solía mirar por un… "porsiacaso", ya que no era la primera vez que se la liaba… consecuencias: nadie se chivaba, luego clase castigada…
Una mañana ya cansado de él, el maestro le castigó sin comer (ya había avisado a sus padres y estos estaban de acuerdo). y le encerró dentro de la escuela. José no se inquietó ni pestañeó…, y al quedarse solo, no se le ocurrió otra cosa que tirar por las ventanas los libros y todo lo que le apetecía: la tinta de los tinteros de las mesas, lapiceros y se cago en la silla del maestro. No contento con lo realizado llenó el ojo de la cerradura con palitos de madera formando una masa bien apretada para que no pudiesen abrir desde fuera cuando viniesen a clase.
Venta de Tertanga-Álava-Bizkaia |
Cumplida su misión abrió la ventana por
la que pasaba un canalón de los residuos del agua de la lluvia y se deslizó por
él hasta la calle; no acudió a su casa para no levantar sospechas y se fue a
merodear por el río como si la cosa no fuera con él, algunos lo miraban pero
creían que estaba por esos lugares esperando a que abrieran la escuela.
El primero en llegar fue el maestro e
intentó meter la llave por la cerradura y no podía, insistía y nada, Al final
llamaron al cerrajero ya que el alumno no respondía a las llamadas del maestro
y de algunos chavales que estaban esperando para entrar.
Estaban asustados mientras el cerrajero
trataba de abrirles la puerta.
Abrieron la puerta y el pájaro había
volado, ni rastro de él. Los compañeros al ver el estropicio que hizo en el
aula se reían a carcajadas, mientras que el maestro les reñía… Ellos ya sabían
cómo las gastaba su amigo, nada les extrañó.
Por la tarde después de salir de clase
José estuvo pendiente de las campanas del reloj de la plaza y cuando fue la
hora de salir se dirigió a su casa y ya le estaban esperando y su padre le dio
una soberana paliza, con una vara de avellano, que le dejaron huellas a lo
largo de algunas semanas.
Tertanga Álava |
Al día siguiente acudieron los amigos para recogerlo e ir al colegio y aún magullado y dolorido dijo que acudiría y se reía y les decía: que a él, nadie le entendía… Para decirles:
-¡Que me quiten lo bailado!
05.09.22
Antonio Molina Medina
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