Sierra Salvada- ORDUÑA- Bizkaia- País Vasco |
A Vicente Aleixandre
Vicente: A nosotros,
que hemos nacido poetas entre todos los hombres. Nos ha hecho poetas la vida
junto a todos los hombres. Nosotros venimos brotando del manantial de las
guitarras acogidas por el pueblo, y cada poeta que muere deja en manos de otro,
como una herencia, un instrumento que viene rodando desde la eternidad de la
nada a nuestro corazón esparcido.
Miguel Hernández
Ciudad de Orduña- Bizkaia- País Vasco |
ORDUÑA - URDUÑA
Orduña es una escalera cuyos peldaños conducen a las
nubes y de ahí, a las estrellas; estables escalones mantienen las huellas de
pisadas por miles de pies y pasos agigantados, buscando el cobijo de la señora
que, desde el borde de su montaña, sonreía a sus pueblos.
Acudí por la mañana al despertar el alba a compartir,
una vez más, su compañía. Mientras, los antiguos inmuebles, entre calles y
callejuelas, hastiales y sus iglesias, seguían adornando sus murallas que
fueron hostigadas cuando la vida era más intensa en emociones y saciada por
poco tiempo en la tierra.
Ciudad de Orduña- Bizkaia- País Vasco |
Las calles me aprisionan y los muros se dejan acariciar, dejándonos sus rincones por los que fluyen notas musicadas por los sedientos y menudos cuerpos que, hoy, se solazan de sus hechos al calor de los fuegos de sus almas, entre poblados tropeles.
Entre golpes de martillos y el aire del fuelle, la
fragua sigue sus andares moldeando los cuerpos de acero.
El olor de las teleras, de ese pan de horno de leña,
cuyo sabor se palpaba hasta el fondo de sus bocas, energía para su crecimiento.
Mientras, los zapateros que, apostados alrededor de su fuente, dejan sus cueros
plagados de punzadas de leznas con hilo fuerte que no se agotaba, entre sus
manos expertas, observados por miradas discretas de niños que los admiraban.
Ciudadanos antiguos de Orduña |
Los pucheros y cazuelas, aferrados a manos expertas,
cerraban y taponan con metales sus heridas; sentados con sus herramientas de
trabajo en el centro de las calles. Mientras, los bueyes y carros y las
vacas, caminan saliendo de las cuadras de sus calles dejando sus
excrementos detrás de ellas para reponer sus cuerpos y consumir el pasto y
beber agua de los abrevaderos, cuyas fuentes nos regalaban el sublime liquido
trasparente a los niños y a sus
plácidos vecinos entre sonrisas, y clara reverencia a la boca de sus
aguas, que lanzaban su cuerpo
sobre los caños para apoyar su mano en las figuras de donde brotaba el chorro
de agua, desde el centro de su plaza, acompañado por el quiosco, púlpito de
dónde nos recreaban las notas musicales para mover nuestros cuerpos entre
bailes vigilantes.
Las huertas de sus alrededores, en sus noches claras,
a pesar de que las tapias (algunas con
cristales en sus lomos) no nos asustaban y eran visitadas por menudos cuerpos
ya que el hambre azuzaba a sus esqueletos.
Y los jilgueros y gorriones revoloteaban ante sus ojos… mientras las cigüeñas
alimentaban a sus crías desde las torres de las iglesias y el edificio del
ayuntamiento… placiendo alegres por los campos de música celestial, acelerando nuestras vidas entre suspiros de
gloria.
ORDUÑA
“En la desnudez de la noche”
Cubro mi sombra, tu sombra.
Entre latidos certeros.
Encajando las aspiraciones
Que nos manda la Luna.
La que vibra entre los sueños
Y deja firme mi alma
Incapaz de más deseos.
Los que ya fortaleciste
En ese mundo de recreo
Que me hizo volar sin recelo.
Orduña- Bizkaia- País Vasco |
La tarde envejece, y se entumece el ambiente; mientras una fina y suave lluvia adormece la Ciudad, barruntando la tormenta la que, explosionando entre truenos y relámpagos, descarga con furia sus rayos; algunos se deslizaban por el pararrayos del cuartel, hoy palacio de descanso, entre su trepidar de aguacero. El cielo se puebla de pájaros sorprendidos por la borrasca que se esconden entre las ramas de los castaños y los edificios y hastiales de su plaza para así sortear la avalancha de chorros de agua que azotan la ciudad...; mientras los menudos cuerpos de los pájaros se guarecen entre las hojas de los castaños.
El río Nervión serpenteaba la ciudad por debajo de sus
puentes y los cangrejos y loinas, y barbos y cangrejos, y las ranas… se nos
cruzaban mientras nuestros cuerpos eran limpiados por las claras y jugosas
aguas que la montaña nos enviaba para comenzar su andadura en el río, desde su
nacimiento.
Procedentes sonidos se aglutinan desde las agujas
horarias del reloj de la torre de la iglesia, de donde nacen sonidos de horas,
cuartos, medias… pasadas, y en las recogidas de las mieses, cuando sonaban sus
tañidos, el `baserritarra´ nos mandaba silencio para contar sus toques y
decirnos en qué calle había muerto un vecino…
Antigua escuela de Orduña- Hoy Museo- Bizkaia- País Vasco |
Crujen los ejes de los carros, y los bueyes caminan en
su lentitud. Marcando el camino, el aldeano, con su vara en sus hombros,
caminando al paso de los animales, seguros en su destino, estampando sus huellas en la tierra y el barro, con resonancias por el pavimento, dejando los surcos
sellados con las pezuñas de los bueyes que tiran con fuerza de la cosecha
veraniega, o de la alfalfa para su sustento,
o en dirección a la era cargados de trigo o avena, esperando su turno para su
trillado… ya con máquinas, para separar el grano de su paja.
Nos salpica la penumbra en su noche tenebrosa y,
pletóricos de sueños y sonrisas, se puebla de oscuridad, envueltos en la tenue
luz de las bombillas; caminaban las reses, lentas y seguras, directas a la
cuadra, en los bajos del caserío en compañía de los cochinos. Pero antes
saciaban su sed en los pilones de agua, en cuya claridad navegaban sumergidos
los `gurrumbillos´ (crías de ranas) con las que jugábamos hasta que les salían
las patas a las futuras ranas.
Absorto, desde el acceso de la ciudad mirando a la virgen, desde su pedestal en su morada, que
observa desde lo alto de la sierra; y se despierta de un suspiro mientras la
casa de -Goma- Antiguo Palacio de Zárate, nos daba la entrada a la ciudad, bajo peaje en sus tiempos de
grandeza; nos permite entrar de nuevo y sin peaje que sufragar.
Orduña- Bizkaia- País Vasco |
Las callejuelas donde jugábamos con pelotas de trapo,
bien trabadas y apretadas con cuerdas, que seguían golpeando las paredes por el paso estrecho entre calles.
Él boyo inconmovible que nos azotaba desde la cresta de su
cordillera, hoy nos vuelve a saludar acoplándose con furia a su frialdad,
encogiendo nuestro cuerpo ya repleto de sabañones. Al calentarnos con el calor de las cocinas de carbón y leña, enrojeciendo los anillos de su boca, dejando
que su chapa se poblara con el rojo intenso de la vida, entre pucheros y
planchas de acero para planchar la ropa.
Monte Gorbea- País Vasco |
Los niños gritábamos en la escuela al calor de la estufa alimentada por troncos de madera que los niños nos preocupamos de alimentar sin tregua; mientras, el humo tiraba por los tubos al firmamento para diluirse entre las nubes del cielo. Y las atronadoras vocecillas de los niños cantaban las tablas de multiplicar, dirigidas por maestros de solera: dos por dos cuatro; ocho por cinco cuarenta… Vocecillas que latía entre un murmullo de nostalgia y pundonor, y los sonidos de las campanas de la parroquia en el canto de sus horas, que sacudían los corazones. Así pasaba nuestra existencia al calor del fuego bajo, en la cocina de troncos de leña arropados por la chimenea, rodeada de bancos y leños para reponer su fuego, mientras el calor se expandía por todas las estancias junto al calor humano que ofrecían los moradores de los caseríos que acogían a seres desventurados por las guerras que, hoy, no cesan en nombre de miserias humanas y gentes sin alma y extrañas, en las que el ser humano se afianza en mantener en nombre de dioses insólitos, de mentes perversas repletas de odios e inhumanos sentimientos… donde el amor no existe y la muerte llevan, enarbolando por bandera, el desamparo y el odio entre hermanos.
21.01.24
Antonio Molina
Medina
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