Era
una tarde de abril y me vino su recuerdo, que no estaba
perdido,
solo apaciguado en lo cuerdo de mi cuerpo.
Se
disiparon las sombras. Y se abrieron las ventanas y
miro
en la plazuela, en una mesa cuadrada donde,
en
dos sillas sencillas, sus cuerpos posaban.
Con
una cerveza en sus manos y un tenedor que arrastraba lo
añejo
que saborea nuestros labios, en bocas ansiando sus cuerpos.
A
la sombra tardía cuando el sol ya se apagaba al amparo
de
la esquina, dos seres compartían palabras y versos:
tintineo
de corazón que salpica de su cuerpo; su iglesia nos
contemplaba
de memoria serena y en su tiempo.
Los ojos se miraban; arde el candil de su alma
y su sonrisa
nos
atrapa. Muy cerquita de Genil, sus aguas mansas nos envuelven
y
se apartan a su paso ante la felicidad lograda.
Tintinean
sus ojos, enmudece la plaza, el olor a azahar nos seduce
el
alma, seductor el jazmín, y la rosa nos prende de sus hojas;
las
palmeras de la plaza se restriegan sus tallos y pliegan sus alas,
son
recuerdos que arrancan, sabores que escuecen surcos en su cara.
Mientras,
una mujer resplandece en la fachada dejando huella en mi alma.
El
frio de la noche… noche nochera le atrapa y se mecía su cuerpo,
mientras
su mente sorbía el aroma de su cara.
Caminaron
por veredas, entre chopos de alta gama, y acequias
de
agua clara y la nieve de las sierras soltaba su agua engalanada
desde
su blancor que atrapa.
La
Alhambra se enrojeció y su rojo la delata, chorreando la calzada.
Y
yo miraba sus ojos que, como ascuas, me quemaban entre sabias sus miradas.
Su
recuerdo aun me abraza. Sus ojos me consolaban.
Bebía
de su mirada y la felicidad rondaba por la vega de su alma.
Cerré
los ojos ‘pa’ verla y me apropie de su cara,
que sigue
firme
y tierna, envuelta entre rosas blancas a
la cabecera de su alma.
05/04/17
Antonio
Molina Medina
Bellisimos versos, mi admirado poeta, con la luz de tus letras, las pupilas se iluminan, y es que es un deleite disfrutar de tu arte.
ResponderEliminarBesos enormes y feliz domingo.