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Foto Aportada por: Mercedes Benítez |
Eran las nueve de la noche
cuando lo sacaron de su casa.
Dos niños en la cocina
y una madre en la ventana.
La puerta se cerró tras ellos
a las nueve campanadas.
La muerte tocó su
puerta
mientras la luna lo lloraba
a las nueve de la noche
donde el oxigeno falta.
Los vientos luchan entre ellos
mientras la tierra violenta
su cuerpo tragaba
a las nueve de la noche.
En la esquina de la tapia
su sombra aún lo vigilaba,
y penetraban en su cuerpo
miles de agujas y espadas.
Poco a poco se rendía
mientras las nieves eternas
se derretían hechas lágrimas.
Eran las nueve de la noche.
Cuando el silencio se encarnó en
fusiles
colándose por las ventanas.
A las nueve de la noche
su corazón se paraba.
A las nueve de la noche
la muerte cumplió certera
sin repicar de campanas.
A las nueve de la noche
dejó su sangre sembrada
en el pueblo en el que nació,
pero ni su vega le lloraba.
Y no hubo enterramiento,
ni iglesia que lo guardara.
A las nueve de la noche
no hubo ataúd ni una cama.
A las nueve de la noche
su larga agonía fue
desvaneciéndose
Eran las nueve de la noche…
¡Ay que malditas nueve de la
noche!
Con un puñado de piedras
cerraron su noche eterna.
Antonio Molina Medina