…una mañana pletórica de
calma. Iba sereno, con el cayado en su
mano y la vista al frente, altiva y reluciente. Le saludé y él me miró serio y
cauto. No me conoció. Yo le sonreí y pronuncié su nombre. Él seguía mirándome
diciéndome que mi cara le sonaba. Le dije quién era y, de su curtido rostro,
manó una franca sonrisa:
-
Tu cara me sonaba - me dice - veo que estás bien. No
pasan los años por ti.
-
Tú tampoco estás mal Hurtado – le contesté.
La brisa del mar nos envolvió a los
dos y nos apoyamos en nuestras miradas. Charlamos de tiempos ya añejos pero
vivos en su recuerdo.
-
Que, ¿Sigues escribiendo?
-
¡Sí! – le respondí.
Una gran puerta se abrió en mi
mente y voló por las olas que penetraban en el puerto. Por el andén, un hombre camina entre raíles
atento a todo lo que se mueve, repartiendo los trabajos diarios entre aquellos
que con él conviven en las horas serenas de la faena. Cada uno sabe lo que hacer. Mientras, desde una
pequeña mesa en el andén, Hurtado rellena sus papeles. Algunas veces se cabrea
como un chaval, pero todo se realiza a su gusto. Pensamos que hacer lo que nos
manda es lo natural, ya que estamos allí para desarrollar las funciones
necesarias para que los trenes circulen por las vías acometiendo el trabajo de
trasportar.
Despacio le vi marchar. Lentos eran sus pasos pero firmes sus andares. Lo perdí de vista y me refugié en sus
recuerdos. Era una vida
en movimiento, un recuerdo en mi memoria,
un lugar en el corazón que
aún retumba por los
cimientos de las olas, o por los
andenes de nuestras vidas, entre
raíles, amontonando zapatas o recogiendo chatarra.
Cargado de razones caminaba por el
puerto. Iba sereno y su cara denotaba trasparencia, así como sus ojos de
nobleza azuzados por la brisa marinera.
Molina Medina
Hola, Antonio. Visito tu blog por primera vez y me causa una buena impresión.Este relato es muy emotivo: recuerdos del pasado, la fiel amistad con su huella imborrable...
ResponderEliminarUn sencillo encuentro que trasmite emociones al lector.
Un saludo.