“Mirar al horizonte, es
cuestionarse
si éste es la libertad que
anda entre rejas”
--Blanca Sarasua--
Para ti, mujer
desconocida.
Mujer sin nombre,
que surgiste en un lugar fecundo,
poblado de vida, rodeado del Parque
de las Acacias.
Árboles centenarios,
en un lugar de la Villa Vieja.
Figura linda como un querubín,
esbelta, elegante, como
el cuerpo de una gacela,
hizo su aparición:
tu puerta se cerraba,
nos miraste con curiosidad;
tus ojos, profundos y alegres,
tu sonrisa atrayente y veraz,
tu voz delicada y misteriosa,
se dirige a unos seres
que no podías conocer.
Sin darte tiempo a
recelar
de nuestra presencia,
nos dices:
-¡Podéis si queréis, ver la casa!
No salía de mi asombro.
Nos dices que estás sola,
en ese caserón centenario,
que podemos verlo si queremos,
y nos invitas a pasar.
No sabias querida amiga,
que hiciste posible un sueño,
uno más para este humilde mortal.
Un caserón centenario, la villa vieja.
La primera Yazirat
al-Jadra -Algeciras,
con sus mezquitas y palacios,
rodeada de murallas.
Sus puertas, unas orientadas a la mar,
otras, la de Tarifa, la de Jerez
otras al río de la Miel
y su puerto comercial.
Un día ya muy lejano,
una gran cultura
se respiraba en dicho lugar.
La cultura Del Andaluz.
A través de ti
mujer,
pude ver la generosidad,
espontaneidad, y la cordialidad.
Qué más puedo señalar,
todas las virtudes vi en ti.
Figura de movimiento
de felino,
ojos que comunicaban confianza,
destreza en tus expresiones.
Nos enseñas los árboles
que se hallan en la entrada
de tu hermosa mansión.
Chirimoyos y más árboles por el lugar.
Llegamos a la
entrada principal,
abres la puerta y nos invitas a pasar,
somos unos extraños,
repito una vez más.
Esta sola nos dices,
tu padre ha muerto,
tu madre y una hermana,
viven contigo,
no se encuentran en el lugar;
mis acompañantes y yo
nos miramos.
Eres toda
candidez,
pienso para mí:
Tú no puedes conocer
ni la mentira ni el mal.
Nos estimulas a pasar.
Entré en tu casa,
-en un fastuoso museo.
Después de tus explicaciones,
nos conduces a su interior,
con esa agilidad de tu juventud,
a la biblioteca que fue de tu padre.
Una explosión de
pasión
recorrió todo mi cuerpo,
algo que no se puede narrar:
mis ojos y los sentidos
se paralizaron,
mejor dicho,
hice un parón en mi cerebro,
para poder introducir
tanta belleza,
dentro de mi corazón,
y atesorarla
en la retina de mis ojos.
El incienso que
salía de esos
libros centenarios,
perfume noble,
que podía saborear.
La vista se me nublaba
de intentar en un momento
retener tanta belleza.
Armas antiguas,
sables, pistolas,
Monedas antiguas por doquier.
De ese ser que fue
tu padre,
sensible de esas reliquias,
personas que han poseído el -don
de atesorar nuestra cultura-.
Esos pequeños y grandes objetos añejos,
Que supo cuidar y acumular,
para de esta forma preservar
su cultura para la posteridad.
De lo añejo se
aprende,
se llega a gozar,
porque forma parte
de nuestras existencia,
nuestra cultura,
la Cultura Universal.
Nos dices que ésta casa es
muy grande para vosotros;
embebido en mis pensamientos,
sigo mirando sus muros llenos de libros,
¡Cuánta cultura acumulada!
Taponaría de
ladrillos esa puerta,
me enclaustraría en su interior para
poder gozar con esa lectura universal
y poder inspirar ese aroma,
que de sus letras saldrá,
saborear su esencia eternamente,
introducirme en esos libros
que tantas reliquias poseerán.
Salgo de mis sueños,
y nos sigues
enseñando el resto de la casa.
-En la planta superior
están los dormitorios,
se sube por una escalera de madera
con años en sus peldaños.
-Han retocado la cocina
-nos dices-, para tu comodidad.
Nos trasladamos a la
parte detrás,
introduciéndonos en un gran patio.
Nos enseñas la cabaña,
donde tiene los aperos de labranza
el jardinero. Los árboles frutales
que tiene su fértil suelo;
Chirimoyos, Limoneros.
Tu imagen y tu
mirada, embelesa:
Tus explicaciones siguen siendo
copiosas y deliciosas.
-Las chirimoyas se
cogen verdes
y se maduran en paja.
Te aproximas a los limoneros
repletos de limones.
Observas el árbol y nos dices:
-¡Aquí hay uno maduro!
Miramos esa rama y lo distinguimos,
amarillo, brillante,
-¡Lo voy a coger!
-Para que podáis oler el perfume
que desprende su piel.
Tu cuerpo menudo,
veloz, esbelto,
no alcanza lo elevado de la rama.
Todo tiene solución:
atrapas una caña
que ya tienes preparada,
elevas tu cuerpo,
mis ojos se fijan en tu figura.
Cuerpo joven, hermoso, que embelesa.
Tus pechos pequeños
y firmes,
se graban en tu vestido,
cada vez, que,
por el impulso de tus brincos,
se balancean, para así
poder coger tan apetitoso fruto.
Resaltando tus
formas,
para gozo de los mortales;
eres armonía,
sustento de los que soñamos,
eres toda sexualidad.
Apresas con tus
manos,
dedos delicados y suave piel,
un limón con su radiante color amarillo,
limpiándolo con el paño de tu vestido
elevándolo a la altura de tu nariz,
lo hueles, y nos lo ofreces, para así,
poder gozar de ese aroma,
que embelesa, ese olor tan personal
y poder renacer al contacto de su piel.
Contemplando el fondo de tus ojos,
con mirada pulcra, nítida, transparente
y así poder contemplar tu figura jovial.
Nos despedimos con gozo,
de poder pensar
que al cerrar esa puerta,
he dejado una amiga
que me hizo un día soñar.
Aquí se acabó mi
sueño
de, un día cualquiera,
de, una mañana cualquiera,
de, un mes de agosto,
de, una ciudad que tuvo que ser,
Yazirat al-Jadra, o, Algeciras,
lugar donde algo y alguien,
me hizo soñar,
¿Quizás fue un ángel
de verdad,
que, como un aliento,
pude tener cerca de mí?
Te llevaré en mi recuerdo,
para mi inmortalidad.
Adiós dama
desconocida.
Sin tú saber,
me hiciste recordar que todavía
quedan personas sanas,
que se fían de los demás,
con ese candor y hermosura,
difícil de topar y por ello no olvidar.
Me diste el polen de
tu espíritu,
polvillo fecundo,
que al paso del tiempo,
se transmuta en poesía,
después de copular en mí
cabeza y, pasar por mí corazón,
y con estas humildes manos,
me atrevo a divulgártelo.
Mujer anónima.
Mujer sin nombre.
Antonio Molina
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