Orduña. Murallas de la Ciudad |
La Ciudad silenciosa se apega a mi figura
como un lagarto a una pita,
buscando su jugoso frescor,
el de una edad placentera,
mientras resuena en mis oídos música
suave y deliciosa, dóciles notas
que sosiegan mi alma,
las que emergen de ella
en una mañana fría y altiva,
iluminada, rayos de sol
que me transforman, que me provocan.
Inmerso en un nuevo existir, un nuevo soñar
y un nuevo impulso para seguir luchando,
viviendo, compartiendo con el hombre,
con la tierra que me cobijó, con el recuerdo
grato y permanente de la que me vio nacer,
entre luces y sombras, sombras y luces
en mi existir.
Mientras el hombre nos sorprende cada día
con nuevas necesidades, afrontando nuevos retos,
nuevos campos, donde no le manipulen,
ni le agobien en su vivir.
El hombre no necesita ni que le guíen,
ni que le agobien o le manipulen,
ni recompensas en su vivir,
después de la libertad conseguida
tras una larga opresión que nos agobiaba
y nuestra existencia atormentaba.
Pero salen otros profetas, otros dioses, otros…
Pretenden quitárnosla con retóricas y cantos de sirena…
Valores que se inventan para llevarnos otra vez
con insistencia a otra esclavitud eterna
después de una tiranía impuesta,
de un orden establecido por la fuerza
a costa de sangre derramada
de aquellos que no tuvieron nada y de la nada se alimentan.
Pretenden engatusarnos con sus voces
para que volvamos a perder la libertad tan deseada
que muchos de los que lucharon por ella
ni siquiera lograron paladearla,
pero lucharon para que otros hoy la puedan disfrutar.
No conseguirán arrebatárnosla
los falsos profetas que brotan de nuevo aquí en la tierra
que sólo buscan llenar sus estómagos de buitres
a consta de seres que no tienen
en ella donde cobijarse,
tratando de manipular sus conciencias,
limpiando de ilusiones su cerebro y anular su inteligencia.
Antonio M. Medina
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