ORDUÑA - SUS RECUERDOS.

 

ESCUELAS DE ORDUÑA AÑOS 40...

Sentados en un banco de su plaza con esos amigos de su juventud olvidada, comenzaban a entablar una conversación como lo hacía otras veces en dicho lugar. La tarde comienza a enturbiar y las nubes se oscurecen por los picos de la sierra, y comienza a caer una fina y persistente lluvia la que les obligó a introducirse en los bancos que daban a los hastiales de su plaza. De improviso el cielo, muy negro, comienza a retumbar truenos por todo el valle. Y, de improviso, una lengua de fuego, cual rayo con alas se desprendió de ellas penetrando con un estruendo por el pararrayos que estaba colocado en el tejado de la Alhóndiga-Cuartel, cuyo edificio estaba repleto de soldados.

Ciudad de Orduña-Bizkaia


La tierra y las baldosas de la plaza irrumpieron con vibraciones y con bruscos movimientos. El trueno fue exagerado que hasta el vello de los brazos se nos erizo entre el tableteo de nuestros cuerpos  que, hasta a nosotros, nos llegó a asustar como para creer que era ya el fin del mundo, ya que nuestras mentes ya bien amaestrada: se lo creían todo ¡si los que hablaban y los educaron eran infalibles! Y todo nos lo creíamos sin replicar.

Ya en calma las nubes comenzaban a clarear, y su color era más blanco y más agradable.

Correteamos por los castaños que rodean la fuente ubicada en el centro de la plaza, lloraban sus hojas dejándose caer, resbalando por ellas, lagrimas radiantes. Y los viandantes, nativos y militares paseaban por los hastiales protegiéndose del agua, mientras ya las nubes tras ponían por la sierra Salvada. 

De la tierra brotaban alaridos donde se encharcan con masas de agua, mientras, los tallos de plantas trataban de erguirse de nuevo, inundadas de tanto agua.

Ciudad de Orduña-Bizkaia

 

La lluvia, al dejar de caer incluso el ‘chirimiri’, se ausentó de lavarnos la cara y corriendo por los años de nuestra juventud y de nuestro cuerpo, acudimos a la fuente, elegíamos cada uno una boca para arrojar nuestro cuerpo posando nuestra mano en la cabeza de su caño de cuya boca fluía con fuerza agua generosa.  Mientras, los castaños estaban en su apogeo con sus erizos ya abiertos y con un impulso certero dado a su cuerpo se retiraron de las bocas del agua. Mientras practicaban sus juegos las castañas pilongas caían sobre ellos  y más de una caían en sus peladas cabezas y cuerpos; por la calle principal subía el autobús que venía de Bilbao con dirección a Vitoria y siempre se detenía en la gasolinera, que estaba ubicada en la esquina del la plaza enfrente de la iglesia de San Juan. Su objetivo era llenar de agua el radiador y llenar su depósito de carburante para seguir su ruta por Álava hasta su destino, Vitoria.

Ciudad de Orduña-Bizkaia

Se bajó en conductor y de una puerta trasera bajaron algunos viajeros mientras el conductor, levantando las chapas que protegían el motor, miraba su interior para a continuación quitar desenroscando el tapón del agua con mucho cuidado ya que la poca agua que le quedaba hervía en su interior, y el vapor le podía quemar el rostro o las manos, fluía con fuerza el vapor y dejó un rato  que se enfriase; luego con un recipiente de agua de la fuente de la plaza, fue rellenando el artilugio hasta que rebosó. Ya el dueño de la gasolinera tenía preparada la manguera para reponer gasolina al motor.

Listo el vehículo y los pasajeros en sus asientos, el conductor, cogiendo una barra curvada con una especie de llave en su punta la introdujo por un orificio para poder arrancarlo con prudencia… (algunas veces los intentos eran fallidos) Y ya, cuando comenzaba a rugir la maquinaria, el vehículo se zarandeaba y metía unos berridos como un animal herido.

Tomando muy lentamente por la calle, en dirección a Burgos y al llegar a la salida de la ciudad giraba a la izquierda en dirección a la provincia de Álava.

 


-¿Qué, nos vamos? –dijo uno de la cuadrilla. A lo que respondieron todos:

-¡Vámonos! Que ya se ha acabado la película. Decía el que dirigía al grupo, con una ligera carcajada…, como en todas las cuadrillas.

Antonio Molina Medina

 24.11.22

 

EL ESPEJO

“Y me enfrento ante el ojo del espejo”

Y su rostro enmudece entre los espinos

que brotaban de sus años.

Dejando a sus ojos sin sentidos,

que se deslizaban ateridos,

entre las baldosas y sin sonidos.

Ya que la luz, enfurecida y ajada

Dejó su alma ya consumida,

al borde del precipicio de la nada.

 

Bronco fue su resurgir y

liviano es su corazón;

que sucumbe al amparo

de los sonidos que repercuten

hoy sus dedos,

dejando a su mente al descubierto.

Antonio Molina Medina

19.10.22

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