Sinovas-Castilla León. |
Desde su retiro, desempolvando los suspiros envueltos entre mariposas de
colores, abrió su mente a todo lo coleccionado… en pensamientos antiguos. Y, de
improviso, un joven y apuesto joven le saludó y se detuvo a desempolvar a su
mente: “Antonio me gusta mucho escucharle, porque no le leo, le escucho”.
Solo sentía una caricia del aire que rozaba su alma y se abrieron las ventanas
aún con el frío de la nieve, mientras el calor no se escapaba de su cuerpo.
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Siguió orgulloso por los senderos hoy amplias avenidas de tierra y barro y
nieve dejando imprimidas sus huellas al penetrar entre los viñedos, y transitó
entre sus viñas y sus pisadas él iba dejando mientras, golpeaba la tierra con
las plantas de sus pies poblando su dolor entre ellos; lo que en su corazón le
duele y no desea, ya que quizá sean los últimos pasos en recorrer por la
campiña entre el barbecho de pinares y viñedos. Observando, como en los
hormigueros, las ocupas hormigas devoran lo acarreado en su tiempo preparando a
sus crías para esa nueva primavera después de su invierno.
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Las viñas se congratularon rozándome su cuerpo adormecido. Los pájaros
entre colores, volaban sobre los troncos desnudos y podados de sus ramas,
esperando a que un día vuelvan a llorar de felicidad poblados de lágrimas. Los
ciervos brincaban a ocultarse de un ser extraño para ellos, hasta que los
campos se vuelvan a poblar de racimos de granos divinos que salpicaron de sus
espigas, mientras, a su alrededor, se perciben sus pensamientos y las hojas sin
salir le saludan al pasar intuyendo su dolor.
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Las sortijas del arco iris le encandilan en su soledad, y sus colores se mezclan con el añil y la sangre, y se adhieren a la niña de sus ojos perfumando la materia; desde sus propios sentidos, ya doloridos y consumidos de la energía que guiaba sus propios pasos, camino del frío intenso de su noche, buscando su razón de ser en ese fuego nocturno que calentaba a sus gentes que se sienten plenas en sus años rememorando su pasado, reviviendo su Cultura hereditaria, donde la libertad se amoldaba a las gentes, las que entre sus llamas se elevaban a los cielos junto a las sonrisas y risas de los que allí estaban dejando a su (pedanía) que se llenase de colores que provenían de las brasas de su corazón entristecido y sin reparo…
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Y la sombra de la noche guardaba en su silencio las almas que se amontonaban, que hasta el cerro de San Bartolomé, se oreaban sus espíritus, entre música-dos lamentos de almas y sentimientos los que adormecían hasta la oscuridad de sus noches a la sombra de las columnas del pórtico asentado entre los viñedos y la lana de los cuerpos que dejaban sus huellas por los senderos y pastizales y las pisadas del pastor que las velaba.
23.01.23
Antonio Molina Medina
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