“Fucik no es un mártir sacrificado al azar, por la bestialidad del fascismo, como mi gran hermano Federico García Lorca, asesinado porque Franco vio en él el espejo de una gran cultura tradicional. Fucik es escogido como una parte elevada de una organización destinada a llevar a los hombres la felicidad y la paz. Estaba condenado a muerte desde que lo encontraron porque él formaba parte vital, consecuente y viva de una actividad, de una esperanza invencible. Al matar a García Lorca los fascistas quisieron apagar la luz de España para dejarla en tinieblas.”
Pablo
Neruda.
Eran los años 30…
Un grupo de mujeres caminaba detrás de los hombres,
bien cubiertos sus cuerpos, resguardando los de los rayos
del sol, para trabajar en la recogida del pan de las espigas.
Y una de ellas se percató de la presencia entre los hombres
de una cara desconocida de la pedanía, contándoselo a las demás.
- ¡Niña, mira qué hombre nos ha venido para la siega!
Dirigiéndose a Aurora.
- ¡Ya lo he visto, María! -Le contesta
- ¡Tiene buena figura el zagal!
Comentaban entre ellas, caminando detrás de los hombres
por los caminos de su pedanía, con los hocinos para la siega.
- ¡Mirad, niñas! parece que el zagal de vez en cuando se da
la vuelta: parece ser que no es de este pueblo. -Le decía Aurora.
¡A ver quién se anima y le gastamos una broma, señala María!
Entre risas caminan las muchachas y María las detiene para
Decirles: ¡Niñas, yo la voy a liar!
¡Jajajaja! Le brota la risa al grupo.
María se adelanta a ellas y el muchacho, de reojo, observa
su maniobra y va aminorando la marcha hasta dejarse coger
por la sombra de María.
-Buenos días señora: Qué, ¿a la siega con los hombres?
-Allí vamos. Todas las manos son necesarias –Dice María.
Ellos se han separado del grupo de mujeres y éstas
se lo pasaban en grande ya que María era la más peligrosa
del grupo; además, su marido iba en el grupo de los hombres.
- ¿De dónde es usted…? –le sonsacaba María al zagal.
-De un pueblo cercano. Con la siega me dedico
a pasar por los pueblos para ganarme el jornal segando.
Ellos dos caminan charlando y, al rato, el zagal se detiene
y le dice:
- Bueno, señora, me voy con los hombres
y, si le apetece, quedamos después y charlamos
los dos en el bar.
María le miró al rostro sonriéndole.
- ¡Por mi si! Pero hay una pega. - ¿Cuál es? -le dice el zagal.
-Mire usted: el zagal que va en el grupo con camisa a cuadros,
¿lo ve usted? –le señalaba. -Sí ya lo veo, -le contestaba el zagal.
-A ese tiene que pedirle permiso ya que es mi marido.
- El zagal arreo el paso mientras María se juntó con
sus compañeras entre ese jolgorio que montaron nada más
llegar al grupo.
-Mira que eres María ¡Como se entere tu marido!
-No pasa nada son bromas mías, ya me conocéis. –les decía.
Ella era la más atrevida de su pedanía. Ni su marido la podía contener.
Pasados algunos años, así lo pudo demostrar cuando se enteró de
que
habían asesinado al poeta de su Granada, ¡Federico!, ya que salió a
la plaza de su pedanía, con otras mujeres, a protestar por su
muerte,
¡La del poeta en plena guerra 'incivil'!
Antonio Molina Medina
10.04.23
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